Fue por el siglo XVI en la capital del país, siendo aun el virreinato de la Nueva España. Donde tomó lugar una leyenda que giraba en torno a la hechicería y poderes diabólicos que surgieron a partir de la envidia y la vanidad de una mujer llamada Doña Francisca. Corría el año 1554, en aquel entonces gobernaba el virrey Don Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón. Y aunque el tribunal de la fe se estableció en México hasta 1571, los castigos contra las brujas y la herejía se practicaban desde que los conquistadores llegaron.
Los juicios de este tipo en la Nueva España se hacían de forma rápida y expedita; los acusados eran encarcelados tras el juicio y después conducidos a la horca ó la quema. Los eventos extraños sucedieron en una casona ubicada en la calle de Cadena numero 7 , hoy conocida como calle Venustiano Carranza en el centro de la
CMDX. Era habitada por Doña Felipa Palomares de Heredia, ella había sido esposa de uno de los capitanes de Hernán Cortez y había enviudado después de consumada la conquista, heredando el nombre y la fortuna de su esposo. Ella tenía un hijo llamado Domingo de Heredia y Palomares. El cual había sido mimado en exceso desde la cuna y criado con lujos y dispendio, siempre sobreprotegido por su autoritaria madre que, al ser hijo único era su consuelo y adoración, al cumplir la mayoría de edad su madre se preocupó por que su amado hijo se casara y tuviera descendencia, deseaba que se casara con una mujer de alcurnia y abolengo y por supuesto ella tenía que aprobarla.
El joven Domingo deseaba casarse, durante los años sometido a los cuidados de su madre, no había conocido a una mujer o entablado relación con alguna. El hecho de poder salir y mezclarse con jovencitas para enamorarlas era algo nuevo para él. Por lo que había obtenido el permiso de su madre para salir a dar la vuelta por los lugares de moda en donde jóvenes de la alta sociedad concurrían.
Era común que en esos sitios se juntaran muchachos para escoger a los mejores partidos para casarse. Así que durante varios meses Domingo en compañía de sus amigos del colegio fue muchas veces a conocer sin éxito a una jovencita que no solo le gustase, sino que también fuera del gusto de su madre. Corrieron los meses y el joven no conseguía que alguna mujer se enamorase de él. A pesar de ser apuesto y con una gran dote, nadie se interesaba en el por ser introvertido y vivir bajo al ojo vigilante de su madre.
Decepcionado una tarde visitaba la catedral para orar por la salud de su madre y la bendición de poder conseguir una novia con la cual casarse. Aun no terminaba sus oraciones cuando frente a él se hincó una jovencita y al despojarse de su velo dejó entrever la hermosura de su rostro y el azul de sus grandes ojos que al verlos Domingo quedó extasiado con la juvenil aparición, su belleza virginal contrastaba con la intensidad de sus oraciones, tanto que hizo que el corazón del joven diera tumbos de emoción y prendado de aquella belleza.
Acercándose para poder contemplarla mejor. Notó que no era conocida, nunca la había visto en las reuniones o en los lugares de moda del virreinato. Emitiendo suspiros se hartó de ver la dulce figura y el candor de que era poseedora. Luego de terminar de orar se persignó y se acercó a una pila de agua bendita e introdujo sus dedos para hacer la señal de la cruz en tanto Domingo la observaba fijamente en todos su movimientos.
Al salir de la iglesia y como era la costumbre, la siguió a prudente distancia para ver donde vivía. La joven en su andar se dio cuenta que Domingo la seguía y apresuró el paso, al llegar a su casa se metió sin dilación. El joven pudo observar que la casa era de mediana fábrica y estaba situada en la cerrada de Necatitlán. Al acercarse para observar mejor se quedo petrificado al ver que la joven salía intempestivamente de su casa para observar mejor al joven que, al darse cuenta se le subieron los colores al rostro y la joven le regalo una mirada y una sonrisa tenue que acabo por enamorar a Domingo.
A partir de ese momento Domingo de Heredia y Palomares, comenzó el cortejo y el asedio de la joven. La siguió por todas partes haciéndose presente por “casualidad” y la joven correspondía a sus intentos regalándole sonrisas discretas y miradas cargadas de ternura. Con el tiempo descubrió que se llamaba Doña Francisca de Bañuelos y era hija única de padres humildes y trabajadores en el centro de la ciudad.
Eso en principio frenó los ímpetus de Domingo que al saber el origen humilde, pensó que su madre nunca aprobaría esos amoríos y jamás daría consentimiento para que se realizara una boda con la joven. Aun así y preso del amor que sentía por Francisca continuó con sus cortejos hasta que una noche después de seguirla una mano blanca salió por entre los barrotes de la ventana del cuarto de Francisca y el presuroso tomó el ofrecimiento y besó tenuemente la mano de la joven que después cerró su ventana para dejar soñando a
Domingo con el roce de sus labios en su blanca y gentil mano. Ahí marcó el inicio de una relación de rejas en las que el joven noche a noche iba y descargaba sus mayores sentimientos de amor y promesas en la joven que, entre suspiros y murmullos musitó una declaración de amor que fue sellada con un beso breve de los carnosos labios de la joven Francisca.
Sin embargo los rumores corrieron rápido y la noticia de estos amoríos por parte de lenguas oficiosas llegaron a oídos de Doña Felipa. Y al escuchar las noticias rompió el cólera y lanzando gritos de asombro y molestia se arrodilló ante el sagrado corazón para pedir perdón por algún pecado que ella hubiere cometido para ser merecedora de tal castigo de ver a su hijo rendido a los pies de una plebeya. Las mujeres que le dieron la noticia se despidieron entre sonrisillas viles y triunfantes. Doña Felipa al ver que se iban, salió presurosa a buscar a la mujer que le había robado el futuro a su hijo.
fueron fuertes golpes del pesado aldabón que cimbraron la puerta de madera y herrajes, que la mano firme y encolerizada de Doña Felipa profería con odio. Fue la joven que al abrir la puerta sintió que las fuerzas de sus piernas le abandonaban y una corriente eléctrica la recorrió al ver el rostro deforme por la ira de la madre de Domingo. Sin preámbulos entró con prepotencia a la casa y Francisca al saber los alcances de la señora le dejó hablar. Su primer pedimento fue determinando: habría de alejarse de Domingo, pues ella era un plebeya sin nombre, ni fortuna, ni sangre noble. Además si se negaba el haría que su hijo le obedeciera y lo mandaría a España. Al decir esto Domingo salió de improviso de uno de los cuartos y con palabras firmes, enfrentó la ira y el reproche de su madre.
Defendiendo el amor que sentía por la joven y su autonomía de escoger de quien se enamoraba, sin importarle las amenazas de su madre de desheredarlo ante la negativa de seguirla. Doña Felipa salió de la casa sorprendida por la actitud y el desafío de su hijo. Mientras los jóvenes ratificaban su amor y deseos de casarse.
Al paso de los días y mostrando cada vez sus deseos de casarse,
Doña Felipa cayó en depresión y oraba para que Dios quitara de en medio a la joven y le devolviera el amor de su hijo. Pero al ver que sus oraciones no cobraban efecto en el corazón de su hijo, renegó de él y juró que Domingo no se casaría con aquella mujer. por ese tiempo y llorando amargamente su dolor con una amiga; le confesó que haría lo que fuera para evitar esa boda y esta última le contó de la existencia de una bruja muy poderosa y temida en muchas sociedades secretas de la Nueva España. Le dijo que era posible alejar a los enamorados a través de maleficios y que esta bruja era la indicada para llevarlos a cabo.
Cegada por la rabia y por el amor enfermizo que sentía por su hijo, pidió ser llevada de inmediato a ver a aquella bruja que vivía por el área de la actual Tacubaya, al llegar al viejo jacal de la bruja, una mujer anciana de rasgos mestizos de aspecto torvo la recibió como si supiera a lo que iba la dama, Estando en el interior de su inquietante jacal con olor a copal y humo de leña.
Doña Felipa le contó su penar y sus deseos de separar a su adorado hijo de Francisca. La bruja escuchando con detenimiento la petición de la preocupada mujer, le dijo que podía hacer el trabajo; pero le costaría mucho. Doña Felipa arrojando una bolsa llena de doblones cerró el trato prometiéndole que si funcionaba le pagaría con bastante generosidad. La bruja le ofreció darle una respuesta en dos días y para un jueves de esa semana tendría que regresar para revelarle el plan a seguir. Sin más demora Doña Felipa se despidió y salió gustosa y esperanzada en los poderes de la bruja. Su corazón estaba henchido de gozo al pensar que por fin Domingo volvería a ella pidiéndole perdón y abandonando a la maldita joven que le robo su amorAsí llego la noche del jueves y Doña Felipa fue en busca de la bruja; luego de un rato le reveló un plan siniestro y de venganza que terminaría con la vida de la joven; pero para que este se cumpliera los jóvenes habrían de casarse, cosa que no le gustó a Doña Felipa; pero para poder lograr su objetivo debía ceder.
La bruja entonces le dijo que después de la boda ella debía darle un presente a la mujer de su hijo, el cual la iría matando poco a poco y ante su mirada. Eso llenó de emoción a Felipa. Así convinieron y luego de que su hijo se casara con la joven estos fueron recibidos con alegría y resignación por Doña Felipa. Disculpándose ante la pareja les dijo que si Francisca no era de linaje. Su belleza y su temor a Dios eran suficientes para ella. Así se dio una gran fiesta entre amigos e invitados para desearle felicidad a la nueva pareja entre murmullos de desaprobación de la sociedad novohispana que había asistido al convivio .
Al mismo tiempo que la reunión se llevaba a cabo.
En la laguna de Macuaitlapilco (hoy barrio de la Candelaria) La bruja celebraba un ritual diabólico en el cual sacrificaba a uno de los patos que abundaban en aquel lugar, en total degolló a siete de estas aves y cubrió con su sangre su cuerpo arrugado y rostro en tanto hacia las invocaciones a Satanás para que le concediera un favor, luego de terminar el ritual obtuvo de su señor la maldición que llevaría a cabo. Pasaron tres días de la boda y mientras los jóvenes gozaban de dicha y felicidad, Doña Felipa se acercó con un presente para su nuera.
Era un cojín fabricado con telas de oriente y relleno de plumas que era bastante agradable al tacto que fue recibido con alegría y gratitud por la joven. Desde esa noche el cojín fue la almohada donde descansaba la cabeza de Doña Francisca sin saber lo que le esperaba. Al día siguiente de levantarse la joven se quejó de un inmenso dolor de cuerpo y de cabeza , causando la preocupación de Domingo y Doña Felipa que no escatimaron en brindarle cuidados y atenciones para el mejoramiento de su salud, mismos que fueron inútiles ya que conforme pasaban los días, la salud de la joven fue deteriorándose cada vez mas sin que ningún médico lograse mejorarla.
Día a día la extraordinaria y fresca belleza de la joven se fue marchitando; pálida y desmejorada, no podía probar ningún alimento sin que lo devolviera en medio de sangre y coágulos negros que salían de sus entrañas. El cuerpo que una vez gozara de esplendida forma se fue tornando en una triste visión cadavérica con la piel pegada a los huesos y ojos hundidos en profundas y negras ojeras, el rubio y abundante cabello se fue cayendo a puños lentamente hasta quedar con algunos pelambres que sobresalían de una cabeza llena de costras resecas, fiebres y vómitos atormentaron a la pobre joven sin descanso.
Domingo en la desesperación mandó traer a un médico muy respetado de Valladolid y luego de examinarla su rostro mostró una preocupación al dar el diagnóstico; pues la desdichada Francisca presentaba el aspecto de los esclavos y presos de las galeras y mazmorras, algo parecido al tifus o tabardillo en estado avanzado; su destino estaba marcado por la muerte. Así pasaron unos meses y una tarde la desgracia cayó sobre la desafortunada Francisca que murió en medio de terribles fiebres y dolores. Luego de los funerales Domingo se encerró en su alcoba víctima de una gran depresión durante muchos días, apenas comía y se negó a la presencia de su madre , que comenzó a aborrecer al tratar de consolarle por la muerte de su amada esposa. La depresión dio paso a la locura y bajo el tormento de ver el lecho vacio en donde su esposa alguna vez durmió junto a él; hizo de su alcoba un santuario , abrazando y besando los lugares que ella tocó o los vestidos que ella vistió y durmió sobre el cojín satinado relleno de plumas.
Una de esas noches, Domingo se despertó sobresaltado luego de sentir frío en la alcoba y notó la presencia de algo sobrenatural y siniestro junto a su lecho. Al mirar; de entre las obscuras sombras de la habitación surgió la presencia de un ser descarnado, sintiendo un terror absoluto, su quijada se trabó y el grito de horror quedo atorado en su garganta. Luego de correr arrastrándose sobre el piso de la alcoba.
Pudo ver que de entre la carne podrida del rostro que dejaba ver una dentadura amarillenta y la cuenca vacía de donde debía ir un ojo. De aquella descarnada aparición se asomaba tenuemente la presencia de Doña Francisca. Levitando por la habitación, el ser que vestía el atuendo gris y derruido que otrora fuera la vestimenta mortuoria de Francisca , se movía vaporosa al viento ante la mirada aterrada de Domingo. Con una voz de ultratumba le habló y le advirtió del cojín embrujado, el cual le provocó la muerte, chupándole la sangre poco a poco, enfermándola y finalmente llevándola a la tumba. Y que las autoras del atroz crimen fueron su madre y la bruja que conjuró al diablo. Antes de que la horrible aparición se diluyera entre las sombras, Domingo le lanzó un juramento de vengar su muerte.
Siendo aun de noche, Domingo salió sigilosamente de la casa sin que nadie se diera cuenta y corrió a hacer una denuncia ante el Santo Oficio, explicando su situación y la advertencia que el ánima de su esposa le hizo, los frailes inquisidores salieron a la tarde siguiente con ordenes de apresar a Doña Felipa y perseguir a la hechicera. Se dirigieron a la casa de la dama y no la encontraron, Domingo presuroso tomó el cojín satinado y se los mostró a los inquisidores, los cuales de un tajo lo cortaron por la mitad y cayeron al suelo cientos de plumas apelmazadas de ánade, las plumas estaban pegadas con una masa apestosa y negra.
Al ver aquella asquerosidad se percataron que se movía levemente y al pisarlo, este dejó salir un líquido rojo que chispeó el suelo y los pies de los presentes. El líquido era sangre; mientras se hacia un enorme charco, las plumas parecían moverse como sierpes buscando absorber la sangre que emanaba de ellas mismas. Aquel horrendo espectáculo fue visto con horror y asco por los inquisidores que hicieron la señal de la cruz en tanto exclamaban:
“¡Brujería!”
En ese momento iba llegado Doña Felipa, la cual al ver a los inquisidores con sus negras capuchas y a Domingo viéndola con odio y pesadumbre, se hincó para pedir clemencia en tanto veía lo que su dinero había pagado: una infernal brujería.
Fue apresada, arrastrada a las mazmorras de la santa inquisición. Fue sometida a crueles torturas para que revelara la ubicación de la hechicera, cuando cedió al dolor y la humillación, habló y los inquisidores despacharon una guardia para ir a apresar a la bruja. En un juicio sumario, se condenó a ambas mujeres a morir quemadas en la entonces plaza de Santo Domingo; Doña Felipa Palomares de Heredia y la hechicera cuyo nombre jamás se reveló fueron humilladas y vejadas ante la mirada morbosa de decenas de personas que asistieron al tormento y muerte de las mujeres acusadas, mientras se leían los actos de herejía que cometieron y la muerte de la joven Francisca, crímenes por los que fueron acusadas.
Se les dictó la sentencia de morir en la hoguera, así fueron atadas a postes y rodeadas de leña aceitada que avivo el fuego que poco a poco envolvió a las mujeres; en medio de gritos horribles y la risa burlona de la hechicera ambas fueron quemadas hasta las cenizas, las cuales fueron esparcidas y enterradas en lugares desconocidos.
Durante muchos meses, Domingo Heredia y Palomares se encerró en su casona hundido en la depresión y la tristeza, La gente decía que vivía en vergüenza y solo por haber señalado a su madre y ser responsable de su horrible y avergonzante muerte; pero lo cierto es que lloraba mas la ausencia de Francisca. No se supo nada mas de Domingo. La casa fue abandonada repentinamente y muchos aseguraban que el hombre se marchó a España llevándose pena y fortuna.